REFLEXIONES DEL CAZADOR NATURALISTA

Enero, último mes completo que aprovecha el cazador para despedir la temporada. Como parte de nuestro propio nombre indica, somos "Jóvenes", lo que implica también un momento clave para los estudios que cursamos los miembros de la directiva y muchos de los socios que forman JOCAN, que nos deja con poco tiempo para disfrutar de nuestra afición. 

Aunque estemos un poco desaparecidos por causas ya nombradas, este mes no podía faltar el escrito de la sección Reflexiones de un Cazador Naturalista, donde hoy Carlos, nos cuenta una bonita historia de su infancia. 

¡Disfrútenla!.

LA EMOCIÓN DE CONOCER A UN REY.

Hace algunos años ya, conocí a un rey que no era humano.

Yo, que apenas tenía seis años, pasaba los días viendo los dibujos con mi hermano sin saber que, un día no muy lejano, uno de mis personajes favoritos cambiaría mi vida sin remediarlo.

Yo, que siempre tuve las inquietudes que los niños ya no tienen, exploraba sin descanso entre sierras y barrancos, siempre en busca de bichejos, setas, alúas o almendras que coger, saltando cual cabra montés, tras las ranas en el charco, y con la ayuda de mi hermano trepando al nogal, ya que las nueces del suelo estaban reservadas para los jabatos. 

Hacía lo que el cuerpo le pide a un niño de diez años que disfruta en el campo. Y no precisaba más, pues lo tenía todo al alcance de mi mano.


 Pero, un buen día, mi vida cambió.

Estando yo sobre una higuera subido, intentando llegar hasta los frutos más altos, las tórtolas arrullaban y el monte estaba cantando. La sierra, rebosante de vida, me tenía embaucado. Y fue entonces cuando sentí, un ruido extraño, unos pasos, un caminar que no era humano. Jamás había escuchado yo semejante tropel descendiendo ladera abajo. El monte entero se estremecía con el romper de jaras y jaguarzos. Y mientras las mirlas cantaban, el resto de habitantes de la serranía callaron...

Se hizo un silencio ensordecedor. 

Hasta el tiempo parecía parado. 

Tan solo se escuchaba el retumbar de mi corazón latiendo acelerado. 

Y unos pasos que se acercan, aquellos pasos extraños. 

No sabía yo quién era, ni el porqué de aquel silencio tan callado. 

Pero entre las ramas del árbol lo vi y de su belleza quedé prendado, pues entonces comprendí que el rey del monte había llegado... 


¿Cómo sabéis lo que es música, si jamás habéis escuchado berrear a un ciervo?

C. García. Natura.